Viernes, 26 Enero 2018 20:54
“Quien olvida su historia está condenado a repetirla»
Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana y Borrás (filósofo y poeta)
El 27 de enero de cada año se rinde tributo a las víctimas del Holocausto, una tragedia sin parangón en la historia de la humanidad. En esta fecha se conmemora la liberación en 1945 de Auschwitz-Birkenau, que incluía campos de concentración y centros de exterminio en Polonia. En este centro murieron asesinados entre 1,5 y 2,5 millones de personas, en su mayoría judíos. Junto al asesinato sistemático de los judíos, entre las víctimas se incluyen millones de personas de otros grupos, como gitanos (romaníes y sinti), discapacitados, opositores políticos, homosexuales y otros.
Desde 1933 las políticas hostiles del Gobierno alemán hacia la comunidad judía empujaron a muchos de ellos a abandonar el país. Las leyes, desde 1935, negaban la ciudadanía alemana a los judíos, les prohibían el matrimonio o relaciones sexuales con personas de “sangre alemana o afín” y suprimían sus derechos civiles y políticos. La historia recoge sucesos vandálicos como la Kristallnacht (La noche de los cristales rotos), donde ante la vista de la policía y otras autoridades fueron quemadas más de 250 sinagogas, destrozados y saqueados 7,000 comercios de judíos, cerca de un centenar fueron asesinados y más de 30,000 fueron enviados a campos de concentración.
Ante esta situación se inició un éxodo hacia países que ofrecieran garantías y les acogieran en calidad de refugiados, pero muchos judíos —especialmente alemanes y austríacos— no pudieron obtener sus visas de ingreso a países que, como los Estados Unidos, contaban con numerosas comunidades judías que les ofrecían su apoyo. La visión de que los refugiados eran una carga para el Estado, así como mano de obra que competía con la local, determinaban entre otros factores la falta de apoyo internacional.
Para solucionar el drama de los refugiados judíos alemanes, del 6 al 15 de julio de 1938 en la ciudad francesa de Evian se reunieron delegados de treinta y dos países. La finalidad de la reunión fue tratar la situación de los refugiados judíos alemanes para encontrar una solución a largo plazo al problema. Sin embargo, debido a las dificultades económicas, Estados Unidos y la mayoría de los países no estuvieron dispuestos a aceptar más refugiados. La posición dominicana constituyó un caso atípico, ya que mientras el mundo entero aplicaba políticas de inmigración restrictivas, creando barreras contra los refugiados judíos, la República Dominicana abrió sus fronteras a esta población.
En este contexto, la República Dominicana acordó aceptar unos 100,000 inmigrantes, aunque se emitieron cerca de 5,000 visados que sirvieron a muchos como salvoconducto para migrar a otros países. Finalmente, los refugiados judíos que llegaron y se quedaron en el país fueron alrededor de 1,000. A los pocos meses del ofrecimiento de Evian, el dictador Rafael L. Trujillo pidió al Gobierno norteamericano el envío de tres técnicos para redactar una ley de migración, quienes tras seis meses en Santo Domingo entregaron un proyecto que en abril de 1939 se convirtió en la Ley de Migración vigente hasta el año 2004.[1]
Los judíos que llegaron al país fueron asentados en Sosúa, en la costa norte, en una plantación de bananas que había sido abandonada desde 1916 por la Unit Fruit Company. De parte del Estado dominicano los refugiados recibieron recursos y terrenos para dedicarse a labores agrícolas. Además de la ayuda local, se recibieron contribuciones desde los Estados Unidos a través del programa Dominican Republic Settlement Association (DORSA). A cada inmigrante judío le fueron entregados 80 acres de tierra, 10 vacas, una mula y un caballo para iniciar su vida en Sosúa.
El asentamiento de los colonos no fue fácil, ya que necesitaban un período de adaptación al clima y las labores agrícolas, porque en su mayoría provenían de culturas urbanas y ocupaciones liberales. En 1944, el asentamiento en Sosúa comenzó a prosperar a medida que los colonos se centraban, más que en la agricultura, en la cría de ganado y en la producción de mantequilla y queso. Con el tiempo, muchos empezaron a emigrar hacia otros destinos y el tamaño de la comunidad fue disminuyendo. Actualmente, junto a unas decenas de familias que permanecen en Sosúa, también existen un museo y una sinagoga como reafirmación de su cultura.
Este capítulo de las migraciones relacionadas con la República Dominicana sirve como recordatorio de la necesidad de proveer de refugio a las personas que se encuentran afectadas por distintas circunstancias, ya que en el caso de que este grupo no hubiera podido llegar al país habría encontrado la muerte en los campos de concentración y centros de exterminio. Además, se observa cómo las contribuciones de los refugiados y otros migrantes impulsan el desarrollo económico y social de las sociedades de acogida.
La gratitud de la comunidad judía del mundo hacia esta política del Gobierno dominicano queda plasmada en las estrechas relaciones entre el Estado de Israel y la República Dominicana. Ambos países firmaron el 2 de mayo de 1968 el Acuerdo de Supresión de Visas, por lo que los ciudadanos dominicanos que deseen viajar a Israel como turistas no necesitan ningún tipo de visa.[2] Y la República Dominicana se beneficia igualmente de un intercambio cultural y comercial de importancia para su desarrollo sostenible.
[1] Wells, Allen. Un Sión tropical: el general Trujillo, Franklin Roosevelt y los judíos de Sosúa. Translated by Natalia Sanz González. First Spanish ed. Santo Domingo, República Dominicana: Academia Dominicana de la Historia. Bowdoin Scholars’ Bookshelf. Book 4.http://digitalcommons.bowdoin.edu/scholars-bookshelf/4 Bowdoin College
[2] http://embassies.gov.il/santo-domingo/Relations/Pages/Acuerdos-de-Cooperacion-Israel-Republica-Dominicana.aspx